EL JAPÓN (año 1929)
por JIDEKO SELLÉS ÓGUINO DE VIDAL

ÍNDICE | 1. El pueblo japonés2.- El Mikado y su corte | 3.- Los daimios | 4.- La reina madre |
5.- La mujer japonesa | 6.- Los niños | 7.- Temma no Tenjin | 8.- El año nuevo |
9.- Fiesta de los difuntos | 10.- Tanabata Sai. Fiesta de las estrellas |
11.- Tsukimi. Fiesta de la Luna | 12.- Shaka Masturi. Fiesta de Buda | 13.- El Fujiyama |
14.- La religión | 15.- Las flores | 16.- El casamiento | 17.- Las gueishas | 18.- Los monumentos |
19.- Sooshiki (el entierro) | 20.- El Japón | 21.1.- La porcelana | 21.2.- Las lacas | 21.3.- El tejido

  

1.- EL PUEBLO JAPONÉS

diosa del Sol, Amatera Omi no Kami
La diosa del Sol, Amatera Omi no Kami, saliendo de la gruta donde se encerró ofendida por el brusco carácter de su esposo, Susanoo.

El pueblo japonés es de origen divino. El primer habitante del Japón, Kunikotachi no Mikoto, descendió del cielo. Se estaba aún en el Limbo, y lentamente fueron disipándose las nubes y formándose las cosas más concretamente.

Sucedieron a éste Kunisashichi no Mikoto con Toyokumunu no Mikoto, Ugijiyo no Mikoto con Suichini no Mikoto, Otonoji no Mikoto con Otonobe no Mikoto y Kamotarü no Mikoto con Katone no Mikoto. Después de estos tiempos fabulosos y desde Izanagui e Izanami, los siguientes son más claros y conocidos.

Cuando los fundadores de Dai Nippon (el Japón) bajaron del cielo, ignoraban el amor, y una pareja de pájaros fueron los que les iniciaron en él con sus dulces arrullos. La diosa Izanami llevaba una cayada y removiendo el agua del mar surgió la isla de Awaji, a la que siguieron otras. Esta diosa alumbró varios dioses y diosas, entre éstas a Amatera Omi no Kami, la magnífica diosa del Sol. Casada con Susanoo, dios de la fuerza, dieron origen a la raza de que descienden los actuales emperadores del Japón.

El carácter agresivo de Susanoo le hacía disputar frecuentemente con su mujer, la diosa del Sol, hasta que un día, la divina Amatera, cansada de sus violencias, se ocultó dentro de una gruta, cerrando la puerta de piedra y negándose a salir. La retirada de Amatera ocasionó una gran consternación entre los dioses, pues quedaban privados de la luz solar, sobreviniendo a causa de ello grandes calamidades.

 

 


Mujer japonesa antigua
He aquí uno de los habitantes primitivos del Japón.

Reunidos todos los dioses, acordaron llevar a Ameno Udzuno no Mikoto, diosa de gran belleza, a las puertas de la gruta. Encendieron allí una gran hoguera y colgaron de un árbol un espejo con magníficos flecos verdes y blancos ; y como entonces no existían aún instrumentos musicales, unos batiendo el jioshi (dos tablitas de madera que al chocar producen ruidos sonoros) y otros juntando un gran número de arcos, improvisaron algo parecido a un arpa provista de vibrantes cuerdas. Ameno Udzuno subió entonces a un tronco cortado que había delante de la hoguera y, con una lanza y un ramito de hojas verdes, comenzó a bailar.

A cada una de las vueltas de la danza se desprendía de otra de las de su túnica, y los dioses, admirados de su soberana hermosura, prorrumpieron en frases de admiración. Amatera, extrañada de tanto bullicio y deseosa de ver a la beldad que tanto alababan los dioses, descorrió un poco las tablas que cerraban la gruta y miró por la abertura. Tachikarao no Mikoto sólo aguardaba este instante para apartar violentamente las tablas y tirar de la diosa. Amatera se sintió celosa en presencia de la hermosa danzarina y trató de volverse a su encierro ; pero los dioses, tomando el espejo de los flecos blancos y verdes, se lo entregaron para que en él se contemplase. Entonces, viéndose más hermosa que la otra, llenóse de júbilo y accedió a salir de la gruta y a volver a iluminar el mundo.

 

 


castillo de Nogoya en 1919
Castillo castle actual de Nagoya 2007
El castillo de Nogoya, que reproduce este grabado, es uno de los más célebres del Imperio japonés. Vista del castillo de Nagoya 2007. Esta foto es de autor desconocido.

poetisa Ono no Komachi
La poetisa Ono no Komachi, bella entre las bellas, que con su maravilloso estro poético, conmovió a los cielos, arrancándoles la lluvia bienhechora.



lámina japonesa de princesas
Estas lindas princesas contemplan desde su palacio la hermosura del paisaje.

Kobe Ikuta temple old 1919
templo de Ikutá de Kobe actual 2007
El templo de Ikuta, en Kobe, adonde fué a orar la emperatriz Dchingu Koogo antes de partir para la guerra de Corea, de donde regresó vencedora.
Vista actual (2007) de la entrada al templo de Ikutá. Reconstruida después del bombardeo americano en 1945.

A Susanoo, para que no tornase a molestar nunca más a la divina Amatera, lo expulsaron del cielo y le hicieron dios de los mares. Un dragón de ocho cabezas que era el dueño del mar, fué muerto por Susanoo con un sable encantado. La esfera (tama) que llevaba el dragón, el sable, cuya funda estaba hecha con la cola del dragón mismo, y el espejo en que se miró la diosa al salir de la gruta, constituyen los tres sagrados tesoros entregados por la diosa Amatera a su nieto Dchimmú Tenno como atributos de su soberana dignidad, tesoros transmitidos de padres a hijos hasta el actual emperador, quien, antes de su coronación, fué a adorarlos al templo de Isé, donde se venera a la hermosa Amatera Omi no Kami, diosa del Sol, cuna de la religión sintoísta.

Desde el primer emperador del Japón Dchimmú Tenno hasta nuestros días, durante dos mil seiscientos años, no ha habido solución de continuidad en el reinado de nuestros emperadores. Todos ellos han descendido en línea recta de la diosa del Sol, la divina Amatera, y, por lo tanto, conservan su origen divino hasta el actual Mikado.

Es, naturalmente, numerosísima la nomenclatura de los emperadores del Japón. Citaremos solamente algunos, en sus rasgos más salientes, que abrieron para ellos las puertas del templo de la Fama.

Dchingú Koogo fué una de las emperatrices más famosas del Japón. Casó con Chuay Tenno, hombre enfermizo que no podía gobernar, siendo ella quien asumió el gobierno del país. Hallándose encinta, supo que los coreanos, guerreros hábiles y fuertes, aprestábanse para la guerra, pretendiendo conquistar el Japón. La emperatriz, aun hallándose en los últimos meses de su embarazo, se puso en camino desde Yamoto, residencia imperial en aquel tiempo, y al llegar a Wakinojama, cerca de Kobe, dió a luz un niño, y se lo entregó a Takeuchi Sukuni, su primer ministro. Fué a orar al templo de Ikuta, en Kobe, tomó una caña sin raíz y la plantó, diciendo : «Si vuelvo de la guerra con vida, esta caña vivirá siempre», y se fué a pelear contra los coreanos. Cuatro años duró la lucha feroz, regresando, al fin, victoriosa con un rico botín que, en gran parte, entregó al templo de lauta. En él existe hoy día la caña plantada por la emperatriz, viva aún, aunque sin pasar su altura de un metro, próximamente, y al cabo de tantos centenares de años se conserva fresca y lozana. Los bonzos muestran a quien lo solicita el tesoro donado por Dchingú Koogo en acción de gracias por haber regresado con vida de la peligrosa expedición.

Esta emperatriz es muy admirada en todo el Imperio por haber salvado al país de la invasión coreana, logrando con sus admirables dotes guerreras una completa victoria sobre sus diestros y terribles enemigos. Nintoku Tenno fué nieto de la anterior. Desde los albores de su reinado cuidábase él mismo de vigilar a su pueblo, y en la época de la cosecha del arroz, acostumbraba ir a los campos a examinarla. A los cincuenta y cinco años de su reinado sucediéronse cuatro de horrible escasez. Perdíase el arroz en los campos sin salvarse un solo grano; reinó el hambre y se extinguió el fuego en todos los hogares. El emperador, apenadísimo por tanta miseria, envió un mensaje a todo el país pregonando que él, aun siendo emperador, sufriría también iguales privaciones y penalidades. Eximió a sus súbditos, durante cuatro años, del pago de contribuciones, para que pudiesen resarcirse en parte de tanta desventura, esperando que todos volverían a obtener arroz en abundancia. Terminados los cuatro años, subió a lo más alto de su palacio y, con gran satisfacción, vio que brotaba humo de todos los hogares y que su pueblo vivía en la abundancia. Satisfecho de su obra, la describió en una de sus mejores poesías. Murió a los ciento cuarenta y tres años, después de un reinado feliz.

Grabado antiguo del Fujiyama old
¡Oh, amado Fujiyama! Como el alma serena y valiente de los samurais desafias, altivo, las tempestades y los huracanes, y al disiparse las nubes, muestras tu testa plateada en un paisaje como éste, rebosante de encanto y dulzura. La silueta del sagrado monte vista desde Mishima. Este dibujo es una obra maestra de Katsushiha Tameichi.

Ono no Komachi, hija de un gran personaje de la corte, fué famosísima por su intachable belleza. El óvalo perfectísimo de su rostro, sus hermosos ojos almendrados, sus blancos dientes y su roja boca, y, sobre todo esto, su abundante y larga cabellera de ébano, le conquistaron el rendimiento de los cortesanos, solicitándola todos ellos por esposa. Entre tan numerosos pretendientes, había un apuesto guerrero que demostró mayor empeño que los otros en conquistarla. Aceptólo ella, y le dijo que acudiese a visitarla durante cien días seguidos, y que, al llegar el centésimo, se casaría con él. Contentísimo el amador fué a verla todos los días, y al que hacía noventa y nueve, al retirarse, cayó dentro de un hoyo abierto en tierra, pereciendo en él.

Ono no Komachi fué una de las más grandes poetisas del Japón. Amaba de tal modo la poesía que no hubo fiesta ni torneo literario a que no concurriese, siendo proclamada siempre como la mejor de todos. Se cuenta que una vez sobrevino una extraordinaria sequía y el arroz no granaba ; secaba el sol las fuentes, y los campos quedaban abandonados, pues, por la falta de agua, era inútil todo trabajo. Preparóse una peregrinación a los templos para conmover a los dioses. Los bonzos rezaban día y noche... y el agua no caía. Por fin, Ono no Komachi, compadecida de tanta calamidad, prometió que ella haría llover, y subiendo a una colina escribió una magnífica poesía, y, al terminar de recitarla, el cielo, conmovido, desprendió la lluvia bienhechora, salvándose el país de la miseria.

La fama de sus versos y de su belleza crecían tanto y tanto que de todas las regiones de la isla acudían las gentes solicitando el honor de hacerla su esposa.

Ella desdeñó a todos sus pretendientes y admiradores, negándose a casarse, diciendo que si todos la querían por su gran belleza, pensasen que la hermosura corporal es transitoria, y ordenó que a su muerte dejasen su cadáver abandonado en el campo y verían sus adoradores en qué paraba tanta hermosura. Hiciéronlo así, y presto acudieron bandadas de cuervos, que la despedazaron.

 


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