EL JAPÓN (año 1929)
por JIDEKO SELLÉS ÓGUINO DE VIDAL
Ya en otro lugar hemos dicho que cuando expira un moribundo, se le ponen dos luces y dos ramos de shikibi, dejándolo reposar hasta el día siguiente, por lo menos, durante veinticuatro horas.
Poco tiempo antes del entierro le afeitan por completo la cabeza, poniéndole antes sal, con lo que la navaja corta admirablemente la cabellera. Si se trata de una muchacha joven, por excepción, como un tributo rendido a su malograda juventud, se respeta su pelo y se la amortaja con su más lindo vestido de Año Nuevo.
Introdúcese después el cadáver en el baño y lavan bien todo el cuerpo ; mas como por el tiempo transcurrido, éste se presenta ya bajo la rigidez cadavérica, sería punto menos que imposible realizar la fúnebre operación sin el auxilio de uno que haya ido en peregrinación a orar al templo de Sandcho, adquiriendo con ello y para sus pies, que pisaron el lugar sagrado, la virtud de anular la rigidez del cadáver con sólo pisar el futon — colchón — en que éste reposa, con lo cual se torna blando y manejable como de recién muerto. Si no se da con este devoto personaje, entonces se acude a la ayuda de un papelito llamado omiogo, en el que está escrita la oración sacrosanta namu Amida bustu. Con sólo pasar este papel por el cuerpo, el cadáver pierde toda su rigidez.
Una vez bañado se le viste un kimono llamado kiokatabira, confeccionado con tela blanca y cosido, por alguien que sea completamente ajeno a la familia, con hilo fino de bramante, sin nudo alguno, y por el cuello le pasan el dudabukuro, una especie de estola, con un rosario, un papel con tres monedas estampadas y las reliquias que tenga. Las monedas, como en la antigua mitología grecorromana se creía de Caronte, señor de la Laguna Estigia, servirán al muerto para pagar al barquero que haya de trasladarlo de una a otra orilla del gran lago. Después lo introducen en el ataúd, muy distinto de los de Occidente, especie de tonel de madera de unos 90 centímetros de alto, con su tapa correspondiente. El cadáver, en lo interior, va sentado al estilo del país, y con las manos cruzadas. Una vez tapado el féretro, se recubre con una rica tela de tisú de oro, que se recoge sobre la tapa con un cordón de seda provisto de dos grandes borlas que penden a uno y a otro lado, y sobre todo ello se coloca una espada para ahuyentar a los malos espíritus.
El sepelio no se efectúa nunca por la mañana, sino por la tarde.
Puente de Sandchio (o Sanchio), en 2007. |
Momentos antes llegan los bonzos para orar en la casa del difunto, ante el ataúd que encierra sus restos, y, al sacarlo de su antigua morada, camino de la postrera, tocan unos instrumentos semejantes a címbalos, unos, y a campanitas, otros, repitiéndose el toque durante todo el camino, en todas y cada una de las manzanas que en él se encuentran. En unos entierros los bonzos van delante y en otros detrás del féretro; y, ahora, siguiendo las costumbres de Occidente, en algunos entierros no faltan las bandas de música. Pero lo tradicional, tal cual se ha hecho siempre y continúa haciéndose ahora, es llevar, detrás o delante, los bonzos y luego unos hombres provistos de grandes ramos de flores colocados al extremo de una gruesa caña de bambú con cuento de madera para que pueda sostenerse. Según la categoría del muerto es el número de estos ramos, infinidad de ellos, en ocasiones, y, a veces, de más de un metro de altura. También se llevan flores en canastillas y, cada ramo es conducido por un hombre vestido de blanco. Tras éstos, y vestidos de blanco, igualmente, marchan otros hombres portadores, en primorosas jaulas, de palomas y gorriones que van soltando por el trayecto, dándoles libertad en honor al muerto. Detrás de los hombres de las flores va el osonaimon, consistente en dulces, galletas y frutas ; después alguien de la familia, llevando escrito en un papel el nombre que el difunto usó en vida y el recibido por el mismo después de muerto. Luego, las luces, a centenares, llevadas dentro de faroles blancos, figurando en primer término la luz Gindcha no itto y, por último, el ataúd, colocado sobre un sooren kágo especie de litera, huerco o angarillas. Actualmente, en las grandes poblaciones, los féretros son conducidos en lujosos camiones de laca negra con ricas aplicaciones de plata, y la comitiva sigue detrás en automóviles alineados a veces en filas interminables.
El Teatro Kabukiza en 2007, reconstruido. |
Todos los que forman el séquito van vestidos de blanco, sobre todo los miembros de la familia. Las mujeres llevan el Matabooshi, con la cara tapada. Todos ellos, al llegar a la casa mortuoria, son portadores de una ofrenda consistente en velas, palitos de incienso o perfumes. El cortejo llega al Yakibaa, lugar en que se verifica la cremación de los cadáveres, en el que se alza un altar con la diosa Kannon, detrás del cual se coloca el féretro, y mientras rezan los bonzos van colocándose en fila todos los acompañantes, presenciando la conducción del cuerpo al quemadero, donde queda encerrado herméticamente en una estufa. Hay una persona dedicada a recoger las tarjetas de cada uno de los que han asistido al entierro, entregándoles, en cambio, una caja de dulces como agradecimiento. Antiguamente todo el séquito volvía a la casa mortuoria, y allí, uno por uno, eran rociados de sal, sirviéndose después una comida sin carne ni pescado, guardando las tarjetas de todos los asistentes a quienes, siete días después, se les enviaba regalos consistentes casi siempre en mochi. A los cincuenta días volvíase a invitar a comer a los asistentes al luctuoso acto. Todas estas ceremonias y prácticas sociales son hijas de la exquisita y extremada cortesía japonesa, no superada, ni aun igualada, por pueblo alguno del mundo.
El gran Teatro Imperial (2007), reconstruido después de que los estadounidenses lo bombardearan. |
Si el muerto es rico, a todos los pobres que se presenten se les entrega una cantidad en dinero, o bien una abundante ración de arroz. También se ofrecen donativos para la construcción de hospitales y sanatorios para enfermos pobres.
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