EL JAPÓN (año 1929)
por JIDEKO SELLÉS ÓGUINO DE VIDAL
15.- LAS FLORES
Los japoneses sienten verdadera veneración por las flores. Tierra, la suya, de belleza incomparable, naturaleza exuberante y pródiga, propicia a los más espléndidos alardes de renovación, la floración en primavera de sus árboles numerosísimos es saludada con exaltado frenesí en todo el archipiélago. Apenas derretido el manto de las últimas nieves bajo las caricias del sol, comienza a vestir sus galas el umé—ciruelo—cubriéndose de flores con la osada temeridad del almendro en las levantinas costas mediterráneas. A últimos de marzo florece el sakura—cerezo—. La vuelta a la Primavera, unida al gran amor que los japoneses sienten por estas flores, hacen que hombres, mujeres, niños de todas las clases sociales y el Estado mismo, contribuyan a festejar el fausto suceso. Los trenes se abarrotan de gentes ávidas de contemplar el maravilloso espectáculo de los campos floridos. No falta la indispensable nota exótica del curioso turista que acude a deleitarse ante esta deslumbradora manifestación de la Naturaleza, única, acaso, en el Mundo. Numerosísimos, casi incontables, son los parques y montes cubiertos de árboles sakura; pero es en Tokyo donde más y mejor puede admirarse el pintoresco espectáculo y, en su Uyeno Park, donde éste, así como en el Mukojima, se desarrolla en toda su mágica belleza.
Existen también en Kyoto parques maravillosos, en uno de los cuales crece aún el milenario cerezo Guion no Sákura, con sus inclinadas ramas que, al cubrirse de flores, semejan una imponderable nevada rosa, de tan cautivadora belleza, que todos los poetas han dedicado sus mejores poesías al florido coloso, gigantesco morador del encantado parque.
Cerca de éste se alza el templo de Kyomistu, engalanado también con su rosada clámide tendida sobre sus jardines. Existe en esta época, en Kyoto, un teatro en el que sólo actúan las gueishas, que danzan el MiyakoOdori. Más de setenta de ellas toman parte en este baile, ataviadas con sus ricos kimonos y con sus complicados peinados cuajados de prendidos de flores y de flecos de oro. Según los diversos momentos de la danza, salen con grandes ramas de sakura en flor, con largos racimos de glicina o simplemente con abanicos, y el escenario tiene por fondo los más renombrados paisajes japoneses. Guardando bien medidos turnos, unas bailan y otras cantan y pulsan el shamisen. Estos bailes tienen el encanto de lo típico, y todos ellos son de una delicadeza insuperable, debida a los indescriptibles movimientos de las gueishas, frágiles figulinas que parecen prontas a quebrarse al menor soplo, muñequitas ostentosamente vestidas con lindas y costosas telas, tejidas por dedos de hadas. Y en el escenario, flores, muchas flores, formando guirnaldas, flecos, grupos, ramilletes, montones en incontable profusión. El MiyacoOdori es uno de los espectáculos más atrayentes, más seductores y más hermosos que pueden ofrecerse a la admiración del hombre ; es la mejor fiesta que se admira en Kyoto al florecer el sakura.
En lo más agreste de la montaña
Arashiyama, formando un valle delicioso, circula por su fondo el Jodzú Kawa. Embarcados en pequeñas lanchas en las que apenas caben media docena de personas, se va siguiendo el curso del río, que por lo quebrado más parece un torrente, pues a cada instante hay que ir salvando saltos que en ocasiones llegan a alcanzar un desnivel de un par de metros. Este viaje, lleno de emociones, brinda la belleza del río unida a la del panorama espléndido, magnífico, que se contempla por doquier, convirtiendo al Arashiyama en uno de los sitios más deliciosos del Japón. Cada individuo acostumbra a llevar el bento — comida — y todos se reúnen a consumirla y a beber saké en el lugar más agradable que encuentran, absorbiéndose en la contemplación del paisaje. En Otoño acude a este embrujado lugar tanta o mayor concurrencia que en Primavera, pues el Momidchi se transforma, cambia de color y adquiere el rojo en todas sus diversas gradaciones y matices, desde el encarnado hasta el pulzol abrasado, y el verde en toda su gama, desde el apagado hasta el oscuro esmeralda. La montaña entera se tiñe de estas tintas maravillosas, apareciendo como un lugar de encantamiento.
Durante el mes de mayo, el parque de Kameido se llena de glicinas. Sus racimos alcanzan a veces un metro de longitud y caen sobre estanques adornados con altísimos puentes curvos. Mirando las glicinas, con sus flores de clara amatista que a millares caen sobre las dormidas aguas del estanque cual interminables flecos fantásticos, se disfruta de la más maravillosa de las visiones, realzada por la elegancia de las atrevidas curvas de los puentes, duplicándose, hasta cerrarse, en el espejo de las aguas. El Parque de Kameido es uno de los jardines más hermosos del Japón.
La peonía, tan pomposa, tan decorativa, y el iris — el lirio — candido, impoluto, surgiendo como el suspiro de una ondina del seno de las aguas, son flores muy apreciadas también. Hay estanques inmensos que, al llenarse de estos iris — en los que abunda la variedad morada con sus matices violáceos — cubren su superficie de estas flores, y para poder más cómoda y más ampliamente admirar su belleza, se construyen unos originales caminos de madera que cruzan todo el estanque, y que permiten andar a flor de agua y por entre las acuáticas flores, como por en medio del jardín de un cuento de hadas.
En Otoño se efectúa la eclosión de la flor nacional, la que, estilizada, sirve de emblema al escudo imperial, la más vistosa, la más admirable, la más variada, la más profusa, la más fantástica, la más sorprendente de las creaciones de la Flora oriental : el Crisantemo; el crisantemo, que se ha amasado, que se ha plasmado, que se ha modelado, que se ha esmaltado, que se ha cuajado en policromas porcelanas de ensueño, en los hornos magos del cultivo, en los jardines del Japón. Al llegar esta época del año, segunda primavera de la vida, el Imperio entero se llena de estas flores ; pero donde se abren a los besos de la luz los ejemplares más maravillosos de ellas, es en el sagrado recóndito de las estufas e invernaderos, en los que calladamente, ocultamente, con misterio de rito sagrado, se cultivan las que han de ofrecerse al pasmo y admiración de las gentes en las sorprendentes exposiciones de floricultura. En ellas se han presentado crisantemos de un tamaño verdaderamente colosal, formados por largos y rizados pétalos, finos, a veces, como hebras de estambre, de belleza y de elegancia supremas.
Algunos jardineros muestran sus habilidades vistiendo con ellos muñecas de tamaño de personas, combinando los colores de tal manera y con acierto tal en el dibujo de los trajes, que producen un sorprendente efecto. Otros, hacen abrirse de una sola vez más de cien flores en la misma planta, ofreciendo ésta el aspecto de un ramillete colosal.
Después del crisantemo florece el momidchi, árbol muy abundante, y en Otoño adquieren sus hojas brillantes tonos verdes en todos sus matices y rojos en todos sus tonos. La contemplación de uno sólo de estos árboles constituye ya una delicia, pues sus hojas, pequeñas, casi redondas, como la palma de la mano, con sus puntas que semejan dedos rojos o verdes, adquieren un tinte tan bello y luminoso, que más que un árbol parece un ramillete gigantesco. Figuraos ahora el efecto que el conjunto de estos árboles producirá en parques y montañas, revestidos con sus maravillosas túnicas de variadísimos tonos verdes y rojos. Unicamente viéndolo puede apreciarse en toda su grandeza tamaño esplendor.
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